jueves, 28 de junio de 2012

Norte


   Se ha perdido el Norte totalmente. Las prioridades fuera de foco, y lo que importa cada vez más carente de sentido y sin corazón. Les han hecho creer que lo que se ve es lo que hay que tener, y si uno no lo tiene o no lo consume, no pertenece. No pertenecer será entonces estar excluido del Mundo y, por ende, vivir mal. La vida pasa por otro lado. Quien no lo entienda nunca tendrá suficiente y, lo que es más, tendrá la impresión de tener cada vez menos y de que todo es una mera injusticia. Será entonces la hora de despotricar a diestra y siniestra contra todas las deidades y de maldecir a los cuatro vientos por tener a tal o cual Capitán al mando del timón de un Barco que, llegada la ocasión, habrán de negar con toda firmeza. Felices estarán y sonreirán todo el tiempo, y se harán ver por lo felices que están de sonreír cuando vengan a alegrarles la existencia a cambio de espejos de colores, ignorando que el fin último de tan generosa gesta no es nada más ni nada menos que el exterminio de la raza (porque ellos también son de la raza). La línea de llegada es, más tarde o más temprano, la misma para todos, y se hace difícil explicar que cueste tanto ponerse de acuerdo en los caminos a seguir, y que tanto odio termine por pisar las pisadas y borrar los caminos, pero sin embargo la caravana sigue adelante. Por qué será que les cuesta tanto creer ? Por qué se nos hace a nosotros tan fácil, se preguntarán. Y sabemos que nunca fue fácil, pero tampoco es cuestión de llevar la contra como estandarte y hacer del falso argumento un estilo de vida. Volvemos y machacamos entonces sobre lo antes dicho, la vida pasa por otro lado. Porque, aunque no se crea, hay otro lado, otro camino, otra Vereda. Elegimos así pararnos en ésta y no en la de enfrente. Caminarla, disfrutarla, vivirla y darla a conocer. Mirar a través de este cristal y no del que nos venden, porque de esa forma es más cierto. Porque de esa forma nos acercamos al Norte.


miércoles, 9 de mayo de 2012

Los juegos que ligamos

  
   “Podré tener miedo, pero la dignidad no se pierde…”. Pero tener miedo es perder la dignidad. Sentir temor por verse (en cualquier caso) en inferioridad de condiciones respecto de lo que amenaza es, justamente, caer. No perder la dignidad es la causa de arengar un cambio en oposición a la quietud, porque la quietud es no ser nada, es ser indigno... como un mueble en un rincón o un número en un legajo. Progresar por no moverse, prender fuego y no quemar nada, o quejarse redondamente sin atinar a acción reparadora alguna es como que te den una piña en la calle y pedir disculpas por cruzarse en el camino del puño ajeno. Así las cosas, venimos a disentir, y no porque nos inviten, sino porque disentir y no decir es también bajarse los pantalones y pedir que vayan mojando la toalla. Susceptibles, contrarios, en desacuerdo o mirándonos de reojo, todo suma siempre y cuando haya un atisbo de voluntad de progreso. Antagonizar sin razón o darse al papel de victima por el hecho del espectáculo mismo vale tanto como andar llorando por los rincones o menos que eso. Digamos que vale la mitad de nada, o nada (y aun así la mitad de nada es nada). Para alcanzar lo que se quiere hay que sudar la gota gorda, transpirar la camiseta, hacer un esfuerzo. Herencias, tradiciones, transmisiones, todo de arriba y nunca trabajar por ello y para ello. Palabras de colores, guirnaldas al cuello y arreglarse el maquillaje por ser como hay que ser si no hay mas remedio que ser. A la deriva en la alucineta nos perdemos en la niebla del recuerdo a jugar cartas marcadas esperando un puto full. Hoy todos somos (y vos camino a ello más que nadie) gente del pasado. Atrás quedarán los días del respeto, del regocijo en los nuevos encuentros. El conocimiento como arma ya no cuenta y jugar todo a ganador por una mera corazonada no nos seduce en lo más mínimo. Filosofía barata, zapatos de gamuza. Tu vestido acampanado y las copas desnudas. Los juegos que ligamos y alguna que otra yerba.




lunes, 9 de enero de 2012

Refutación de las Escaleras


   Nunca había sabido darse a explicar o explicar algo que quisiera, ni aún teniendo las mejores razones o los mejores argumentos. Y ésta no era, lamentaba defraudarla, la excepción, así que cualquier cosa que dijera no iba a ayudarla (bueno, eso le pasaba con todos). Sin embargo, sí tenía para decir que las ocasiones, aunque escasas, nunca les habrían de faltar. Es cierto que, si bien no eran las que él quisiera, las oportunidades que se daban eran buenas, y se aprovechaban. Más aún cuando esas ocasiones eran, quizá, lo único que les quedaba a algunos pocos. En cuanto a los escalones, bueno... ¿qué decir? No creía que hubiera tales escalones. Sí creía, y ya lo había dicho  una noche, que los que subían o bajaban (siempre que no se tiraran desde un octavo piso) eran ellos; ya que, como es de público conocimiento, las escaleras NO EXISTEN. Como ya se dijo, no les quedaba mucho sin ese asunto. Quien quisiera hacer algo para reflotarlo tendría su incondicional apoyo (el cual no había sido siempre el mejor). Aunque más no fuera para corear la canción más triste y llorar juntos... al menos así hubiera valido la pena.